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Cómo aportar realismo a tus novelas y relatos


Lo que hace que un personaje se vea como real, aunque sea un zombi adolescente mutante, o que no se vea real, tratándose de un oficinista o un panadero de un barrio de periferia, es la descripción interna que hagas de él, además de todo lo que añadas a su alrededor cotidiano. Presenta sus miedos, inquietudes, pensamientos internos, conflictos laborales, familiares, con sus vecinos... Introduce diálogos, a modo de sub-tramas, sobre todo aquello que le aporte la personalidad que quieras darle. No te limites a decir: era huraño, se llevaba mal con sus vecinos o no soportaba a su mujer. Eso es artificial por completo, debes describir al personajes usando la acción y los diálogos. Haz que el protagonista se muera de ganas por tomarse una cerveza en el bar pero no lo haga por no gastar dinero, que espere unos minutos antes de entrar en su edificio para no cruzarse y saludar a un vecino o que discuta con su mujer por algo tan absurdo como lo fría que está la comida, el programa de cotilleo que ella quiere ver (pero él no), o que se enfade cuando le pregunte cómo le ha ido el día en el trabajo. El lector creará con esos datos la personalidad que le has dado al protagonista y lo verá como alguien real, cotidiano; y todo ello sin salirte en ningún momento de la acción que narras.


Del mismo modo sucede con los lugares, una calle no es real si el personaje la cruza y punto:
«Marcos salió del portal, cruzó la carretera y entró en la cafetería en la que Elena le esperaba».
Esa frase suena como sacada de un sueño, ya que en los sueños no hay detalles, por eso son irreales; pasamos de un lugar a otro sin que haya una transición entre ambas estancias. Cuando una persona sueña, solo usa una pequeña proporción de su cerebro, por eso ve como normal y lógico lo que sucede durante el mismo. Pero cuando nos despertamos, todos nos preguntamos cómo hemos podido creernos algo tan absurdo e irreal. Con la literatura pasa igual, hay que darle al lector, que está muy despierto cuando nos lee, la dosis adecuada de realidad para que se crea lo que le contamos. El texto anterior quedaría mejor así:
«Marcos percibió el empalagoso olor de la confitería en cuanto abrió la puerta, odiaba el almibarado aroma de aquel local que llevaba tres meses abierto en los bajos de su edificio; tropezó por enésima vez con la baldosa rota de la acera y pudo atravesar la calzada en cuanto el semáforo se puso en verde, a la vez que una chica joven y hermosa, de vestido negro ajustado, se cruzó con él sin distraerle. Su mente estaba concentrada en la conversación que debía mantener con Elena. Entró en su cafetería habitual y comprobó que la chica ya le esperaba al fondo, bajo la suave música jazz de los altavoces, tras su fiel capuchino con canela y distraída en la pantalla de su teléfono móvil».

Imaginad que vuestra novela tiene un lugar (o varios) donde se desarrolla parte importante de la acción. Imaginad ahora una obra de teatro, allí veréis que hay tres o cuatro escenarios como mucho. ¿Los veis? ¿veis esos escenarios? Pues el lector no podrá verlos si no los describís. Recuerda que puedes tener muy claro cómo es la casa en la que transcurre la acción, pero si no la describes, el lector no podrá verla. No puedes decir: 
  1. «Marcos salió de casa».
  2. «Marcos estuvo todo el día tumbado en el sofá».
  3. «Hicieron el amor en la cama y luego se ducharon».
  4. «Después de desayunar, se marcharon al trabajo».

Y así hasta el infinito. Os lo repito, por que es muy importante: los lectores no conocen la casa, no saben si es un piso, chalet, buhardilla, adosado, apartamento o estudio, si es luminoso, si da a la calle o es interior, si es bonito o feo, bien amueblado o cutre, etc. Lo correcto sería introducir pequeños detalles sobre el lugar a medida que transcurre la acción en él, así el lector va imaginando la escena de un modo más real, ya que puede ver lo que sucede al leer.
Intentaré mejorar las frases anteriores para describir el lugar (comparad como ejercicio cada frase):

  1. «Marcos se agobiaba entre las paredes de su pequeño y oscuro apartamento, el olor de la bolsa de basura en la cocina no mejoraba la situación, así que cogió las llaves y se marchó».
  2. «El sofá era pequeño e incómodo, pero era lo único, junto al televisor, que decoraba aquel escueto salón pintado de verde y con manchas de moho, así que permaneció sobre él, a sabiendas del dolor posterior de espalda, hasta pasada la madrugada».
  3. «El dormitorio era un fiel reflejo de la estética del apartamento, así que el colchón de muelles y el somier metálico, que pedían a gritos (literalmente con sus chirridos) desde hace años una actualización, tuvo que valer para dar rienda suelta a sus instintos más básicos. Por suerte, tras el ejercicio intenso, la cabina de la ducha fue lo bastante amplia como para acogerles».
  4. «Marcos entró en la cocina, que ya disfrutaba de la luz azafranada del alba entrando por la ventana, y preparó dos cafés en el microondas mientras esperaba observando cómo la ciudad comenzaba a despertar aquella mañana. Las azoteas, cargadas de antenas de televisión y ropa tendida, le recordaron cruelmente que aún no se habían cumplido sus sueños. Cuando apareció Elena, aún legañosa, se sentaron en los pequeños taburetes ante la mesa del rincón y desayunaron antes de partir hacia sus respectivos trabajos».

Os lo he dicho muchas veces, la diferencia entre una novela de 160 páginas y una de 600 no está en que hayan metido relleno (o paja) en la segunda, sino en la forma de narrar, que es más enriquecida y realista de cara al lector que cuando se narra como quien cuenta el argumento de una película que vio la noche anterior.

No podéis describir de esta forma:
Marcos era alto, rubio, fuerte y le gustaba ir al gimnasio, ver partidos de fútbol y conducía con agresividad.
El apartamento era pequeño, sucio y con pocos muebles, olía a basura y Marcos odiaba pasar más tiempo en él del estrictamente necesario.
La calle era larga y estrecha, llena de coches siempre en hora punta.
La cafetería olía a pasteles y café, y tenía unas mesas pequeñas muy bonitas en un lateral.

Todo lo anterior es de nivel aficionado y no debéis describir así a las personas y lugares de vuestras historias porque no resultarán realistas para el lector. Muchísimo menos que dejéis de describirlas para centraros solo en la acción. Os recomiendo leer, leer mucho, leer mucho a autores consagrados (mejor a los clásicos), de ese modo mejoraréis la percepción y realidad que tienen vuestras historias y conseguiréis que los lectores se sumerjan mejor en ellas.

Claro que podéis pasar de mí y de estos consejos y seguir haciendo lo que os apetece. La decisión es toda vuestra, pero recordad que el éxito o fracaso depende solo de vuestras decisiones y elecciones.